Sábado en la noche. Yo en Quito, mi primo Santiago en Cuenca, el amigo de mi primo en Cuenca. Dos ciudades, una party de DDO, y mi conexión de 256k rogando por su vida. Bienvenidos a mi vicio favorito del 2011: Dungeons & Dragons Online.
Empecé a jugar DDO hace un par de años cuando buscaba algo diferente. Los shooters me aburrían, los juegos de estrategia requerían demasiado tiempo continuo. Necesitaba algo que pudiera jugar con mis primos a pesar de la distancia. DDO resultó ser la respuesta perfecta, aunque "perfecto" es relativo cuando tu internet ecuatoriano del 2011 tiene otros planes.
El mago que no debería existir
Mi primo Santiago juega con un mago. En teoría, los magos son poderosos controladores del campo de batalla que lanzan hechizos devastadores desde la seguridad de la retaguardia. En la práctica, el mago de Santi tiene más muertes que un personaje de South Park.
"Ya morí", es su frase más común en TeamSpeak. A veces ni siquiera terminamos de entrar al dungeon. "¿Cómo moriste si todavía estamos en la taberna?", le pregunto. "Me caí de las escaleras", responde con total naturalidad. Es un talento especial.
La semana pasada estableció un nuevo récord: 7 muertes en una sola quest. Los clerics del grupo ya ni se molestan en revivirlo inmediatamente. "Déjenlo ahí un rato", dicen, "igual se va a morir otra vez". Y tienen razón. Santi tiene esa habilidad única de encontrar la trampa que nadie más encuentra, agrear al mob que estaba tranquilo en su esquina, o simplemente caerse del puente que todos cruzamos sin problema.
La vergüenza internacional
Pero nada, NADA se compara con lo que pasó la semana pasada. Estábamos en una raid con jugadores de otros países. Argentinos, mexicanos, hasta un español. Todo iba bien hasta que alguien escribió en el chat: "¿Quién es el idiota que está bailando encima de la fuente?"
Mi corazón se detuvo. "Que no sea el Santi, que no sea el Santi", repetía mentalmente como un mantra. Pero en el fondo ya sabía la respuesta. Efectivamente, mientras todos nos preparábamos para el boss, mi primo había descubierto los emotes de baile y decidió que era el momento perfecto para mostrar sus "movimientos".
"Es mi primo", tuve que admitir en el chat. "Perdón, es nuevo". Mentira, llevaba jugando casi el mismo tiempo que yo. Simplemente es... especial. Los argentinos se burlaron por 10 minutos. El español dijo algo sobre "sudacas" que preferí ignorar. Los mexicanos, sorprendentemente, lo defendieron: "Déjenlo, se ve chido bailando ahí".
El desafío del idioma
Encontrar grupos que hablen español es más difícil que mantener vivo al mago de Santi. La mayoría de jugadores son gringos, y mi inglés del 2011 se limita a términos técnicos de seguridad informática y frases de películas. "Need healer" lo entiendo. "Pull the lever but watch for the spinning blades while maintaining aggro on the orthons" ya es otro nivel.
Terminamos creando nuestra propia guild de habla hispana: "Los Inmortales". Nombre irónico considerando que Santi muere cada 5 minutos. Somos como 15 personas de diferentes países latinoamericanos, unidos por el idioma y la paciencia infinita necesaria para jugar con lag.
Internet ecuatoriano: El boss final
Si creías que los dragones eran difíciles, no has intentado jugar un MMO con internet ecuatoriano del 2011. Mi conexión de 256k es "de las buenas" según CNT. Claro, cuando funciona. Que es como el 60% del tiempo. El otro 40% es una ruleta rusa de lag, desconexiones, y "tu personaje está siendo controlado por fuerzas místicas" (aka lag spike).
Anoche perdimos una raid completa porque mi internet decidió morir justo cuando era mi turno de activar el mecanismo principal. 11 personas esperando que yo apriete una palanca, y yo viendo mi personaje congelado mientras mi modem parpadeaba burlonamente. Cuando finalmente reconecté, todos estaban muertos. "La próxima vez mejor nos avisas cuando tengas buen internet", dijo alguien. Ja. Buen internet. En Ecuador. En 2011. Qué buen chiste.
De los dados a los píxeles
Crecí jugando D&D de mesa con mis primos cuando vivíamos en la misma ciudad. Dados de 20 caras, hojas de personaje manchadas de cola, discusiones eternas sobre las reglas. DDO captura algo de esa magia, aunque sea a través de una pantalla y con 300ms de ping.
Hay algo liberador en ser un elfo ranger por unas horas. En el mundo real soy un ñoño que sabe más de protocolos TCP/IP que de deportes. En DDO soy Khaless Shadowstep, explorador de dungeons y (cuando el lag lo permite) arquero letal. Bueno, semi-letal. Okay, disparo flechas y a veces le pego a algo.
Lo que realmente importa
Al final del día, DDO no es sobre gráficos next-gen o mecánicas perfectas. Los gráficos ya se ven viejos, el combate es raro comparado con juegos modernos, y ni hablar de la interfaz que parece diseñada por alguien que odia a los usuarios.
Pero los sábados por la noche, cuando nos conectamos los tres primos desde diferentes ciudades, nada de eso importa. Importa que Santiago va a morir de formas creativas. Importa que vamos a reirnos hasta que nos duela el estómago. Importa que por unas horas no somos adultos con responsabilidades sino aventureros explorando Stormreach.
Mi conocimiento de código es básico - algo de Visual Basic de cuando hice programitas para la universidad, Pascal que aprendí por masoquista, y C que entiendo lo suficiente para saber que no entiendo nada. Pero DDO me hace soñar con crear mundos, con diseñar aventuras, con programar la IA de un dragón que no se bugee contra las paredes (mirándote a ti, dragón de Velah's Peak).
Entre semana trabajo en seguridad informática, configurando firewalls y explicándole a militares por qué no deben usar "123456" como contraseña. Es trabajo honesto pero no exactamente emocionante. DDO es mi escape, mi recordatorio de que la tecnología también puede ser pura diversión y fantasía.
Mañana es domingo y ya tenemos raid programada. Santiago jura que esta vez no va a morir tanto. Yo actualizaré mi cliente rogando que no se corte la luz (otro clásico ecuatoriano). Y así seguiremos, tres primos unidos por un juego que nos permite ser héroes, aunque sea héroes con lag y un mago suicida.
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Iván Ortiz